LAS PALABRAS QUE HABLAN.
ACTIVIDADES DE EXPLORACIÓN

Realiza las siguientes actividades:
*Imagina un mundo sin palabras y escribe un texto que conteste la siguiente pregunta: ¿ Qué cambios implicaría esto ( un mundo sin palabras) en la vida de la humanidad?
*Cuenta una anécdota corta que hayas escuchado de tus padres o abuelos y responde en tu cuaderno ¿por qué es importante preservar este tipo de narraciones y relatos orales?
Tema 2. Contando con las palabras
*Lee en voz alta una narración de ficción y una de no ficción e identifica las semejanzas y diferencias presentes entre las dos.
*Realiza actividades de anticipación a partir de los títulos de los textos para que plantees hipótesis sobre su contenido. Por ejemplo: De qué crees que trata un texto que tenga el siguiente título:
"NADIE ESPERABA ESTO"
* Previamente a la lectura del texto "Crónica de la ciudad de La Habana", responde preguntas de anticipación a partir del título.
*Responder hipotéticamente la siguiente situación: "Si llegas a un lugar desconocido y quieres saber sobre su historia, cultura y costumbres, qué harías". Escribe tu hipótesis en el cuaderno y léela a tus padres.
En la narración Crónica de la ciudad de la Habana, que encontrarás más adelante, vamos a ver qué hizo en el mismo caso Nelson Valdés
*Lee en forma silenciosa, el texto CRÓNICA DE LA CIUDAD DE LA HABANA y responde las siguientes preguntas: ¿qué pasó aquí?, ¿a quién le pasó?, ¿en dónde pasó?, ¿qué opinas de lo que hizo?, ¿qué puede significar la palabra guagua según el contexto?
ACTIVIDADES DE APLICACIÓN
Contenidos:
Crónica de la Ciudad de La Habana - Eduardo Galeano

29 de julio de 2013 a las 21:33
"Los padres habían huido al norte. En aquel tiempo, la revolución y él estaban recién nacidos. Un cuarto de siglo después, Nelson Valdés viajó de Los Ángeles a La Habana, para conocer su país. Cada mediodía, Nelson tomaba el ómnibus, la guagua 68, en la puerta del hotel, y se iba a leer libros sobre Cuba. Leyendo pasaba las tardes en la biblioteca José Martí, hasta que caía la noche. Aquel mediodía, la guagua 68 pegó un frenazo en una bocacalle. Hubo gritos de protesta, por el tremendo sacudón, hasta que los pasajeros vieron el motivo del frenazo:
Una mujer muy rumbosa, que había cruzado la calle. -Me disculpan, caballeros -dijo el conductor de la guagua 68, y se bajó. Entonces todos los pasajeros aplaudieron y le desearon buena suerte.
El conductor caminó balanceándose, sin apuro, y los pasajeros lo vieron acercarse a la muy salsoza, que estaba en la esquina, recostada a la pared, lamiendo un helado. Desde la guagua 68, los pasajeros seguían el ir y venir de aquella lengüita que besaba el helado mientras el conductor hablaba y hablaba sin respuesta, hasta que de pronto ella se rio, y le regaló una mirada. El conductor alzó el pulgar y todos los pasajeros le dedicaron una cerrada ovación.
Pero cuando el conductor entró en la heladería, produjo cierta inquietud general. Y cuando al rato salió con un helado en cada mano, cundió el pánico en las masas. Le tocaron la bocina. Alguien se afirmó en la bocina con alma y vida, y sonó la bocina como alarma de robos o sirena de incendios; pero el conductor, sordo, como si nada, seguía pegado a la muy sabrosa.
Entonces avanzó, desde los asientos de atrás de la guagua 68, una mujer que parecía una gran bala de cañón y tenía cara de mandar. Sin decir palabra, se sentó en el asiento del conductor y puso el motor en marcha. La guagua 68 continuó su recorrido, parando en sus paradas habituales, hasta que la mujer llegó a su propia parada y se bajó. Otro pasajero ocupó su lugar, durante un buen tramo, de parada en parada, y después otro, y otro, y así siguió la guagua 68 hasta el final. Nelson Valdés fue el último en bajar. Se había olvidado de la biblioteca.